UNA MISIÓN ESPECIAL:
Diseñar un viaje para un grupo de 150 personas a un país africano supone de primeras un gran reto, principalmente logístico, al que tener que enfrentarse. Vuelos, todoterrenos, guías de habla hispana, selección de hoteles de alto nivel y con servicio excelente… A pesar de ello, para nosotros esto era la menor de nuestras preocupaciones ya que teníamos una misión más importante.
Nuestra meta sin duda era crear vivencias únicas que perduraran para siempre en la memoria de nuestros viajeros. Para ello, era fundamental la gestión de las expectativas, ya que todos las tenemos cuando afrontamos una nueva aventura y, más aún, en un lugar tan mágico como es Kenia. Un destino tranquilo, íntimo, auténtico, perfecto para la comunión individual con la naturaleza más salvaje. Teníamos que conseguir que cada uno de los asistentes lo percibiera así; que se sintieran especiales, mimados y sobre todo, que ese viaje al exterior llevara implícito un viaje interior, de transformación. Un viaje que les cambiara la vida y les permitiera contar una historia única y diferente.
EL CONCEPTO CREATIVO:
Necesitábamos entusiasmar, motivar y sorprender al grupo de viajeros que había ganado merecidamente este viaje de incentivo con su esfuerzo durante todo el año. El destino nos dio la pista y así surgió la idea: convertiríamos a cada uno de los asistentes en un guerrero Masái y transformaríamos al grupo en una poderosa “Tribu Guerrera”. El plan de comunicación que creamos con ellos antes, durante y después del viaje seguía el mismo hilo conductor y concepto creativo, con el objetivo de informar de una forma impactante e innovadora.
UN ITINEARIO DE LUJO:
Nos pusimos manos a la obra, realizando intensas prospecciones en busca de lo más auténtico, para ofrecerles experiencias únicas que consiguieran crear ese vínculo especial entre ellos y el destino.
El primer contacto con Kenia era crucial. Tenían que conectar con su esencia e historia, sentirlo y entenderlo de verdad lejos de los circuitos turísticos habituales. Dicho y hecho: qué mejor que pasear por Crescent Island, caminar entre cebras, jirafas, gacelas a través de un paisaje único lleno de belleza, casi sentirla entre las manos, sin coches ni aglomeraciones, solo andar entre los majestuosos animales para sentirse uno más.
Navegar por el lago Naivasha para poder observar cómo, a pocos metros, un águila pescadora captura su presa, cómo los cormoranes esperan pacientes hasta divisar las suyas o los hipopótamos se refrescan durante las duras horas de sol. Involucrarse con la cultura y costumbres del país aprendiendo las danzas tribales o jugando al fútbol con locales. Y esto solo en Naivasha. Aún quedaba por disfrutar del plato fuerte: el Parque Nacional del Masái Mara.
Nos dirigimos al Masái Mara en nuestros equipados 4×4, un camino largo pero muy especial. Esta experiencia nos permitió observar el día a día de esta zona, a los niños uniformados andando largos kilómetros hasta el colegio, el ajetreo en las pequeñas poblaciones que atravesamos, los animales cruzando despreocupados por las carreteras… Una experiencia que acercó a los invitados un poco más a la realidad del país.
En el imponente Masái Mara, el safari tenía que ser la actividad por excelencia. Pero no sería un safari clásico, teníamos que darle una ‘vuelta de tuerca’ para ofrecer un valor añadido a la actividad. Safari en suajili significa literalmente “viaje” y eso es lo que queríamos conseguir que experimentaran: un viaje vital. Así que vestimos el safari con un poco de magia para hacerlo aún más especial: una visita auténtica a un poblado Masái, en el que, tras una ceremonia, el jefe tribal nombró guerreros a todos los invitados imponiéndoles la manta Masái que así lo atestiguaría para siempre. Y convirtiendo a todo el grupo en la gran “Tribu Guerrera”.
DETALLES QUE MARCAN LA DIFERENCIA:
La guinda del viaje, sin duda, fue el safari final. Tras una búsqueda implacable del mítico rinoceronte negro por toda la sabana (el único de los 5 grandes que falto por ver) les condujimos, ‘engañados’, hasta un lugar donde les esperaba una merienda sorpresa. Mientras disfrutaban del vino, las cervezas y un buen jamón, el sol iba bajando inexorablemente por el horizonte inundando toda la sabana con una preciosa luz rojiza. Unos minutos antes de que el astro rey desapareciera tras las lejanas montañas, reunimos a todos y les pedimos silencio: allí, sentados en la ladera de la pequeña colina, pudieron contemplar cómo el sol se ponía por última vez durante su aventura en Kenia mientras que el silencio que les pedíamos era únicamente roto por la preciosa banda sonora de “Memorias de África”.
Sé que nunca olvidaré aquel atardecer al igual que supe, al contemplar las lágrimas en los ojos de muchos de aquellos viajeros, que ese momento único perdurará en su memoria hasta el fin de sus días. Lo habíamos conseguido, grabamos en su mente algo que jamás olvidarían. Conseguimos emocionar a nuestra “Tribu Guerrera” viendo la última puesta de sol en Kenia. Al fin, todos tuvieron su comunión con África.
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