A Nueva York le queda bien el invierno. Por supuesto, también la primavera y el otoño; incluso el verano si no es muy caluroso… pero, definitivamente, le sienta muy bien el invierno.
Tal vez sea por la cantidad de películas que han sido rodadas allí y que hacen que nos resulten tan familiares y nos produzcan cierta nostalgia lugares como la pista de patinaje sobre hielo del Rockefeller Center y su gigantesco árbol de Navidad, el suelo cubierto de hojas de Central Park o los escaparates de sus icónicas galerías comerciales Macys.
Después de aterrizar, ya de noche, en el aeropuerto JFK y ser recibidos por nuestro guía NUBA, un neoyorkino de pura cepa quien, al igual que un tercio de sus conciudadanos, habla un perfecto castellano, atravesamos el gigantesco barrio de Queens, repleto de luces de colores por todas partes que nos van empapando del ambiente de esta época del año.
También ayuda mucho el hecho de que nuestro guía, muy atento, nos ponga en el equipo de música del Lincoln que nos traslada a nuestro hotel a Frank Sinatra cantando “New York, New York” en el preciso instante en que entramos en Manhattan atravesando el East River por el puente de la calle 59.
La riqueza de Nueva York es su mestizaje. Formada por emigrantes venidos de todo el mundo, es una ciudad acogedora y abierta de mente en la que es muy fácil sentirse cómodo desde el primer momento. Parar a un taxista sij con turbante en la pequeña Italia o cruzarte con un rabino jaredí en Harlem, te recuerdan una vez más lo distintos y al mismo tiempo iguales que somos los habitantes de este pequeño mundo.
Y una ciudad así, cómo no, tiene planes para todos los gustos.
Para los más pequeños, después de visitar el Museo de Historia Natural y dar un paseo en bici por Central Park, nada mejor que terminar la mañana comiendo una hamburguesa gigante en el Ellens Stardust, un emblemático local de estética cincuentera en el que los camareros, entre plato y plato, se suben a las mesas a cantar los temas de Grease o West Side Story a pleno pulmón. Y lo hacen realmente bien.
Para los que fuimos niños hace 3 décadas, es casi obligada la parada en la Biblioteca Pública de la Quinta Avenida, donde Bill Murray y sus Cazafantasmas ponían firmes a los espíritus descarriados del Nueva York de los 80. Y tras tomar unas cervezas en el Village, a los pies del edificio donde vivían los Friends de la famosa serie, podemos acabar cenando en el discreto por fuera e impresionante por dentro restaurante Buddakan, en los bajos del genuino mercado de Chelsea.
Y para una escapada en pareja o un viaje de novios, uno de los momentos NUBA más recomendables es una romántica y deliciosa cena en una bateau, navegando por el río Hudson a ritmo de Bossa Nova, mientras contemplamos el skyline de Manhattan y, por un momento, amamos esa ciudad tanto como lo hacen sus habitantes.
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